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El árbol y la niña

Una niña pequeña y una princesa es lo que era. Nos conocimos por casualidad en el pasillo de uno de esos galpones que tienen muchos cubículos donde la gente esta encerrada en diversos quehaceres, pero a idea principal es que están ahí para conversar entre ellos. De un durazno conservé el cuesco y se lo regalé, le pedí que lo metiera en un vaso y sobre el puse tierra. Ella nunca había visto tierra, ya en esa época era insólito, así que comenzó un interrogatorio de que es lo que sabía yo que los demás no. Vino una mujer de su corte a buscarla y la niña me pidió-forzó a que la acompañara. Así que nos dirigimos al lugar justo donde se conectan las cosas, fuimos al balcón que se mueve entre todos los balcones y al puerto sin mar visible. Estando ahí le indiqué a la niña el pequeño brote que estaba saliendo: aquello le pareció la magia más maravillosa y me presionó mucho para que le mostrara de donde había sacado tierra. Entonces le conté que detrás del mundo persistió lo que todos despreciaron y viven amando su simpleza muchas personas, que si quería ver aquel pueblo yo la podía llevar, pero a ese pueblo entra solo quien quiere. Así que el balcón se desprendió de donde estaba y cuando estaba separándose, saltamos a una plataforma distinta y dejamos que se fueran los demás, solo fuimos 3. La mujer, la niña y yo. Requirió una tormenta leve, un puente colgante colgando y escalar un faro posmoderno, nuestra llegada al último pueblo: el barro sentido en los pies de la niña fue la risa contagiosa que jamás tuvo la mujer. Dos pasos y toco una pequeña casa circulas de madera, rodeada por una escalera de caracol que subía solo un metro y medio. Superada esta casa vieron que habían otras casa similares, otras de similares materiales y distinta forma, otras de distintos materiales y distintas dimensiones y posiciones espaciales, la niña estaba maravillada y a mi me ponía contento volver. La mujer hizo notar que estábamos en una isla, veía volar barcos y sentía (si tranquilizaba su corazón) el vaivén del viaje de todo el lugar. Finalmente era una isla pequeña con una plaza, casas rusticas, gente descasa, viviendo en lo alto, en lo bajo, caminando y sentándose. A la niña la saludaba todo el mundo y le encantaba (había por fin dejado de recibir e trato de realeza), la mujer extendía sus brazos al sol radiante que la abrazaba también. Yo me distraje al encontrarme con una vieja amiga y sentarme a mirar sus ojos brillantes y sus margaritas. -Te extrañe- me dijo. Yo no cabía en mi de felicidad, pasé tanto tiempo sin escuchar su risa, sus bromas absurdas, sin su abrazo torpe, sin esa ebriedad hipnótica que era la atracción de estar tan cerca de sus labios. La banca estaba en un camino, no en una plaza, estaba al borde de un sendero y tenia algunos faroles. Como el pueblo entero era circular, había perdido de vista a mis invitadas, pero podía oírlas maravilladas jugando. Sabía que tenía que estar con ellas, por si pasaba algo, pero no podía pararme de esa banca. La besé. Dejé mi cuerpo tirado en la tierra y nos fuimos volando, girando, amalgamándonos velozmente, que emoción más grande un beso con risas y lágrimas, que paradoja más terrible encontrarse tantas veces con la felicidad y tener que dejarla. Volvimos a la banca y las invitadas ya no estaban. Me excusé y comencé a buscarlas. Cuando las encontré estaban escondiéndose: las estaban buscando, las habían venido a buscar. A lo lejos se venían 5 naves que se acercaban. Sabían que para encontrarlas destruirían todo el pueblo. Que tristeza de la niña, que lastima sentía aquella mujer. Yo confundido entre la culpa de traer a mis visitas a este lugar para que luego fuera destruido y la satisfacción de haber vuelto. Que hacer? Nos persiguen, nos buscan y están a punto de llegar a este lugar que ya nadie busca, que nadie tiene por que conocer ya. La gente del pueblo entra en pánico y todos salen de sus casas, corren sin destino, corren por que deben correr, escapan del tiempo, de un tiempo que no es recuerdo suyo, pero esta en su memoria colectiva, escapan de un pasado desconocido al que temen mas que a nada. La tierra misma empieza a temblar y el caos se hace el acorde dominante de la tierra perdida y es solo la presencia de los invasores la que comienza la destrucción de todo. La gente corre, nosotros nos escondemos. De repente la veo correr entre la multitud, pasa cerca de mi y solo quiero quedarme con ella, tomarla y correr hacia un lugar mejor, tranquilo, vivir por fin en paz y con ella. Pero el pueblo ya estaba en paz, así que tomo a mis invitadas y corremos en dirección opuesta a la gente. Rápidamente llegamos al faro y colgamos del puente destruido y la mujer toca una flauta. Una nave llega de inmediato, nos llevan antes de que descubran el pueblo.

La niña plantó el durazno. Este creció junto a la banca donde la vi por ultima vez. La mujer cuido siempre de la niña y yo me voy nuevamente y quizás si regreso alguna vez.
Nos preguntan donde estábamos y la princesa le borra la boca a quien emitió aquel sonido.
Nunca mas se habló del tema, el pueblo esta seguro.
Y yo aun encuentro sus cabellos en mi chaleco.




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Comentarios

Puta, estás rayando en lo genial, me gustó ¿y qué?

Un abrazo

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